El envejecimiento es un proceso biológico irreversible, que afecta a la práctica totalidad de nuestros órganos y aparatos. Los cambios fisiológicos se traducen a varios niveles, desde la disminución de la fecundidad hasta la disminución de la capacidad física, pasando por la merma de los órganos de los sentidos.
En las sociedades del primer mundo se está produciendo un incremento paulatino de la población enmarcada dentro de la “tercera edad” o de los “ancianos”. Ello se debe a las mejoras económicas, sociales, sanitarias y medioambientales, entre otras, que se han llevado a cabo durante las últimas décadas, que han producido un aumento en la esperanza de vida. Pero: ¿Es esto suficiente? ¿Debemos parar aquí? No, evidentemente no.
Necesitamos que el envejecimiento sea saludable y activo. Hay que perseguir la calidad de vida de nuestros mayores, no sólo intentar que cumplan años. Para ello hay que actuar en la promoción de la salud a tres niveles: prevención primaria, prevención secundaria y prevención terciaria.
Los programas de salud en la tercera edad deben ir encaminados a potenciar la autonomía y reducir la incapacidad y la dependencia, además de mantener la salud. Para ello se deben desarrollar complejos programas de promoción de la salud. Los mayores no son sujetos pasivos, deben participar de forma activa ya que tienen que realizar algunos cambios en su comportamiento y en su estilo de vida, para percibir mayores beneficios en su salud.